Cuando evitar el dolor nos lleva al sufrimiento.
Por: Jesús Eduardo Flores Orta – Psicólogo y Tanatólogo
Daniel lleva mucho tiempo evitando hablar de su madre. Pocas veces está en casa. Ha preferido doblar turnos en su trabajo, o asistir a fiestas hasta altas horas de la noche. Quiere “vivir la vida, porque de eso se trata”; sin embargo, es notorio su cansancio y, principalmente, el dolor que le remite el expresar palabras que tengan relación con ella.
Victoria, madre de Daniel, fue diagnosticada con un cáncer muy agresivo, y le han desahuciado. Un hecho innegablemente doloroso para cualquiera que lo viva de cerca. Al igual que su hijo, ha decidido “hacer cosas que antes no pudo”, como irse de viaje y aventarse en paracaídas. De hecho, pidió que cuando el momento llegue, su familia hiciera una fiesta, en vez de un velorio.
La situación de Victoria y Daniel es muy sensible por muchos motivos, y nuestra empatía nos lleva a entender este terrible trance. Sin embargo, existen algunas decisiones en ambos que pueden prolongar o incluso empeorar el dolor de ambos.
El dolor es una experiencia sensitiva desagradable que aparece como consecuencia de un posible daño hacia nosotros o lo que nos rodea. Tiene diferentes dimensiones: fisiológica, sensitiva, afectiva, cognitiva, conductual y sociocultural. Todos ellos determinarán las características del dolor. Es natural que no queramos sufrir, o saber que nuestros seres queridos sufran por razones propias.

Sin embargo, evitar el dolor puede tener efectos adversos. Veámoslo en un simple ejemplo. Supongamos que un día sientes una punzada en el estómago. Parece algo mínimo, y decides hacerte de la vista gorda. Pasan los días, semanas, hasta cumplirse unos meses. La sensación siguió durante todo el tiempo; a veces parece que lo olvidas y no se siente. Hasta que, de repente, ese dolor se intensifica. Acudes con el médico que, alarmado, te dice que necesitas entrar a cirugía de urgencia. Una apendicitis.
Lo mismo sucede con el dolor emocional. Dejar a un lado aquello que sentimos que nos lastima puede alargarse innecesariamente. Tanto, que puede llegar a parecernos normal o cotidiano ese vaivén de sufrimiento. Adecuamos nuestra rutina respecto a aquello que duele, haciendo cosas para evitar enfrentarnos a él: evitamos hablar del tema, lloramos únicamente cuando estamos a solas (muchas veces porque nuestra familia nos pide que no lo hagamos); incluso nos hiper activamos, como empezar a hacer muchas cosas fuera de casa, porque trae recuerdos de nuestro ser querido.
El dolor es una parte fundamental de nuestras vidas. La razón por la que adolecemos las cosas es para activarnos a modificar aquellas situaciones que nos afectan. Permitamos que nuestras emociones transcurran con normalidad. Nunca le pidamos a los dolientes que “no se sientan tristes”. Aceptar el proceso personal de cada uno de nosotros, con empatía, paciencia y amor, de esa manera, el duelo será un trance, más allá de doloroso, un paso fraternal de nuestra naturaleza humana.
